Mi inmensa maestra Poly o la contundencia de un aprendizaje de 500 kgs
Verónica Kenigstein
Muchas veces, me descubro en una actitud de humana soberbia. Hay algunas cosas que sé perfectamente en la teoría y cuando llega el momento de la práctica, se me va toda la sabiduría al demonio.
El sábado llegó a casa Poly, la tercera yegua de mi nueva manada equina. Habían llegado antes Allegra (con quien nos conocemos desde que era potranca) y Tokio, una yegüita joven y dócil que vivió durante 3 meses con Poly, a quien había adoptado como su madrina. Allegra y Tokio estaban muy bien juntas. Poly, que había tenido que esperar en su casa de tránsito un par de días más, estaba inquieta y desorientada por la separación de su amiga.
No nos conocíamos. Nunca nos habíamos visto. Tampoco conocía a Allegra. Al bajar del tráiler estaba muy estresada (por supuesto, cómo no estarlo: me sacan de mi casa, me alejan de mi amiga, me llevan sin mi permiso en un camión, llego a un lugar nuevo, en el que una yegua desconocida me echa y pastorea. Además, mi amiga no me daba ni la hora. Lógico, yo también estaría estresadísima). Comió desaforadamente durante un buen rato. Desaforada era la palabra. Para liberar el nerviosisimo.
Después de una hora (¡sólo una hora, por favor, en qué estaba pensando!), me acerqué inocentemente con un cepillo para intentar hacerme amiga. Me miró con recelo, bajó las orejas y se dio vuelta. Me dio una patada que me tocó la panza y el glúteo. Me quedé sorprendidísima, porque no me había pasado nunca (claro, además de todo, es la primera vez que CONVIVO con caballos). E intenté (erróneamente, no lo hagan por favor) volver a acercarme (confieso, un poco enojada yo también). Crasísimo error. Ahí se volvió a dar vuelta y me dio una patada tal que me rompió el labio y un diente. Me quedé estupefacta.
Yo había pensado (aquí la soberbia): “ella va a leer mi intención, y yo no quiero hacerle daño; aceptará mi cercanía y mi amistad. Con mi energía, cómo va a querer lastimarme”. Pero no la registré a ella. Con sus emociones, su temperamento, sus necesidades (más allá de las mías). Ella dijo: “lo que me pasó a mí tiene la intensidad de una patada en los dientes, quiero que lo sientas también”.
Hice un gigantesco aprendizaje, de 500 kgs de contundencia. Por suerte, la saqué barata (es evidente que ella no quiso lastimarme, sólo quiso sacarme de encima, si no, podría haberme roto la cara). Por suerte ya me arreglaron el diente.
Qué aprendí:
· Que todos tenemos derecho a tener nuestros tiempos de adaptación.
· Que los vínculos se construyen siempre de a dos.
· Que necesito leer SUS mensajes y no los que yo me imagino que me dará.
· Que ella tiene el derecho a estar estresada (o con la emoción que fuere) por todo lo que le pasó y yo la obligación de respetarla.
· Que no soy yo (como humana) quien decide (ya decidimos suficiente por ella, trayéndola aquí sin preguntarle) sino que necesito aprender a hacer con ella acuerdos mutuamente beneficiosos.
· Que mi ansiedad me juega en contra. Siempre. Me apuré.
· Que necesito sacar el pie del acelerador, para ir dejando que las cosas ocurran a su tiempo y que los vínculos se vayan construyendo despacio.
· Que si no hago algo AHORA, no pasa nada. Hay tiempo de sobra.
No voy a olvidarme nunca de este aprendizaje. Mi bautismo en la convivencia con caballos (el sueño de mi vida) tuvo una inmensa repercusión sobre mi emocionalidad y mi manera de relacionarme. Lo que más me duele (confieso) es el ego. Sentir que me equivoqué, con todo lo que sé y que enseño a mis alum@s y consultantes. Pero también me dispongo a perdonarme y a saber que este aprendizaje (para mi vida, para mis vínculos, en general) es uno de los más valiosos de los últimos tiempos.
Como dijo mi amiga (@huaicarojo): “con una patada de un caballo, y solo un diente roto, sos una sobreviviente”.
Gracias, Poly. La más contundente de todas mis maestras.
Verónica Kenigstein
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