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Relaciones, compatibilidades y "para siempres"


Vivimos en una cultura profundamente dicotómica. Por un lado, encontramos una cierta tendencia a lo desechable, que incluye las relaciones, pero por otro lado también un mandato cultural de las relaciones “para siempre”. Preguntémosnos por un momento: ¿qué, en la naturaleza, dura para siempre?

La relación entre dos seres vivos puede funcionar o no, ser compatible o no, tener una duración más o menos larga. Mi inclinación primaria (y a eso dedico mi trabajo profesional aplicado a la vincularidad) es a procurar resolver situaciones de fricción que puedan dificultar la armonía en los vínculos y tender suavemente a la recuperación del bienestar, juntos. ¿Pero qué sucede si en una relación (con una pareja, con un equipo laboral, con un compañero animal) comienza a haber roces y malestares que es difícil suavizar? ¿Qué nos obliga a permanecer cuando empezamos a ser infelices?

Podríamos argumentar: el compromiso. Es cierto que el compromiso es la disposición a atravesar adversidades y permanecer aun a pesar de ellas. Pero, creo, siempre sostenidos por un amor básico y esencial que abre el corazón a pesar de cualquier cosa. Si ese compromiso se convierte en una obligación, y la experiencia comienza a generar emociones desagradables cada vez en mayor medida, creo prudente hacer stop y explorar si ese vínculo, tal como está, aún sigue teniendo sentido.

Creo que cada relación nos trae un propósito de aprendizaje. Que en cada vínculo tenemos el potencial de aprender sobre nosotros mismos y ser mejores personas. Los animales son idóneos para esa experiencia. Ellos, en general, tienen la capacidad de amar incondicionalmente (cosa que a los humanos nos cuesta un poco más) pero también tienen la posibilidad de adaptarse perfectamente a nuevas situaciones de vida.

El otro día fui a ver a un gato y su persona. La experiencia del humano está cada vez más alejada del placer y la plenitud, fundamentalmente porque le “enchufaron” al gato, que quedó en su casa luego de una separación. Tanta es la tensión que se va acumulando que ambos están rígidos y nerviosos. La persona está aprendiendo a reconocer sus necesidades y a darles lugar, sin culpa. El gato está ahí para ayudarla. Y probablemente la mejor solución sea que el animal se vaya a la casa de la pareja que se fue, que fue quien lo eligió en primer lugar. O a otra casa en la que sea amado y bien recibido, en libertad y relajación para todos.

Probablemente aparezcan sensaciones de culpa, de “qué mala persona” soy (o eres) al no poder atravesar esta situación. ¿Y si esta relación ya hubiera cumplido su misión? ¿Si este animal pudiera estar mejor con otra persona y el humano se sintiera más libre sin el gato? No sabemos nunca lo que pasa por la mente y el corazón de otra persona, porque cada uno tiene sus propias necesidades y sentimientos. Y todos son igualmente válidos. La empatía consiste en (al menos procurar) tocar parte de esta experiencia del “otro” y comprender sus razones, sin juicio. Acompañar procesos de crecimiento y evolución sabiendo que cada uno tiene en cada momento de su vida, un compañero o familia de compañeros que facilitan el aprendizaje espiritual.

Conozco muchos animales que no vivían bien en sus casas originales y que, pasando por varias familias, fueron encontrando su propio lugar. Y ahora son todos felices. Apostemos a eso.

Verónica Kenigstein www.veronicakenigstein.com www.amorentrespecies.com www.senderosdelplacer.com.ar

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